Tenía solo 15 años. Una edad en la que muchos están en el colegio, pensando en videojuegos o en el próximo examen. Pero él cargaba una pistola Glock calibre 9 mm, se mezcló entre la multitud en un mitin político, y disparó nueve veces contra el senador Miguel Uribe Turbay.

Un joven con un arma, un país en silencio
Era sábado por la tarde, y en el barrio Modelia de Bogotá se respiraba ambiente de campaña. Miguel Uribe saludaba, sonreía, hablaba. Entonces, los disparos.
Dos impactos: uno en la pierna, otro en la cabeza. Uribe cayó. El joven intentó huir, pero fue reducido por escoltas y ciudadanos. También estaba herido.
Fue trasladado a un hospital bajo custodia. No habló mucho. Pero su celular sí: tenía un mensaje que decía “Tiene que ser hoy”. No era un impulso. Era un encargo. O una decisión tomada con tiempo. O con miedo.
¿Un actor solitario o un instrumento?
Las autoridades no descartan que haya sido manipulado, contratado o presionado. A esa edad, no se lideran conspiraciones. Pero sí se ejecutan.
Por eso, el caso ha tomado otro rumbo. La Fiscalía busca al autor intelectual, el que planeó, instruyó o pagó. El atacante, pese a su juventud, podría enfrentar una medida de internamiento. Pero lo más grave no está en él, sino en quién lo usó.

No fue un delincuente común. No tenía antecedentes. Su rostro no figuraba en bases de datos. Pero ahora encabeza una de las investigaciones más delicadas de los últimos años.
Y su silencio es tan inquietante como sus disparos.