A comienzos de los años 90, cuando Santa Cruz apenas despertaba a una nueva era urbana, emergía desde los barrios marginales la figura de Ruddy Chávez, un joven que pasaría a comandar una de las bandas más violentas de su tiempo: Los Imperdonables.

La madrugada del 30 de abril de 1993 fue testigo de un suceso que marcaría el comienzo del fin para una de las bandas más temidas de la ciudad: los Imperdonables. Todo comenzó con la detención de Luciano Osinaga, un joven de 22 años, cuando intentaba asaltar la casa del ingeniero Jorge Antequera, acompañado de otros dos cómplices. Pero algo salió mal. Al no encontrar lo que buscaban, su furia se desató de una forma indescriptible. La trabajadora del hogar, una menor de 13 años, fue brutalmente abusada y golpeada por los tres delincuentes. El dolor de la historia golpeó a todos, pero significó el comienzo de la caída de la organización criminal y la visibilización de otros hechos que ahondaron los sentimientos de dolor de los vecinos, sobre todo de la zona sur de Santa Cruz.
Luciano, ebrio y bajo influencias de sustancias, fue detenido en el lugar. Sin embargo, esa captura fue solo el comienzo. La Policía se enfrentaba a algo mucho más grande. Un grupo de jóvenes sin escrúpulos, organizados, y temibles, dirigidos por el joven de 18 años, Ruddy Chávez Barrientos. Mientras se realizaba su interrogatorio, Luciano comenzó a revelar detalles clave que condujeron a la captura de los otros miembros de la banda, uno a uno.
Se trataba de una organización bien estructurada que actuaba con audacia, desafiando la ley a plena luz del día.

¿En qué otros crímenes estaban involucrados?
Lo que comenzaban a escuchar los investigadores que en principio investigaban el intento de robo y el abuso, era mucho más de lo que esperaban. A Luciano lo traicionó su cabeza influido por todo lo que había consumido. Esto llevó a la captura de una de las bandas criminales más crueles de la década del 90, que por la forma en que se movían les hacía pensar a los policías que se traba de delincuentes extranjeros, no era así. Todos los integrantes tenían entre 18 y 24 años.
Con el trabajo coordinado de la unidad de Criminalística, la brigada de Homicidios y el SEIP, el grupo fue desmantelado, pero lo que no se sabía aún era la magnitud de los crímenes que cometían. La investigación de esta banda abriría una ventana a una serie de atrocidades que aún no se comprendían.
La verdad detrás de “Los Imperdonables” no tardó en salir a la luz. A medida que la investigación avanzaba, los crímenes que la banda había cometido se revelaron en toda su crudeza. No solo se trató del intento de robo y de la agresión y abuso de la menor de 13 años, sino de tres muertes, robos a mano armada y abusos dejado un rastro de muerte, terror y dolor.
Tras la detención de Luciano Osinaga y las revelaciones que hizo en sus declaraciones, la emergencia era inminente, y la presión se sentía en cada rincón de de la ciudad por un lado presionando por el caso del abuso de la menor de 13 años y por otro lado la presión de una serie de hechos que estaban pendientes. El director de Criminalística, Cnl. Jorge Pereira, no perdió ni un segundo. Reunió a los mejores: el Capitán Forge Fernández, jefe de la brigada de Homicidios, y al Mayor Máximo Salvador, al mando de la división de Delitos contra la Propiedad. Juntos, decidieron formar un equipo de élite, compuesto por los más aguerridos de la policía: el Teniente Ricardo Armaza, el Teniente Raúl Gutiérrez, los Sof. Johnny Paz, Silvio Vásquez, Freddy Vargas, y el Sargento Sergio Veramendi.

La misión era clara: dar con los criminales, cueste lo que cueste. Para ello, se solicitó el apoyo del Servicio Especial de Investigación Policial para realizar algunas detenciones clave. No hubo descanso. Día y noche, el equipo se entregó a la tarea de rastrear la casa de los maleantes, hasta conseguir capturarlos uno a uno.
Para evitar que se comunicaran, los criminales fueron aislados y sometidos a rigurosos interrogatorios. Cada mentira que surgía era desmantelada por las declaraciones de los otros. Fue entonces cuando los secretos comenzaron a salir a la luz: operaban en grupos, organizados por turnos. Algunos trabajaban de lunes a jueves, mientras que otros lo hacían de viernes a domingo. Pero lo más sorprendente fue descubrir quién estaba detrás de todo: un joven de apenas 18 años, Ruddy Chávez Barrientos, el cerebro de la operación.

¿Con quienes actuaba Rudy Chávez? Bergman Guzmán Castro de 22 años, Adhemar Guzmán Guzmán de 19 años, Luciano Osinaga Moreira de 22 años, Juan Carlos Soliz Egüez de 24 años, Bernardo Aguilera Arima de 21 años, Raúl Orias Bermúdez, Gilberto Vargas Rivero de 20 años y Ruben Severich Vinacha de 19 años
El caso no solo destapó la estructura criminal, sino que también mostró la valentía y astucia de un equipo decidido a hacer justicia, sin importar las horas ni los sacrificios.
Primero confesaron que habían acabado con la vida del taxista Erick Jorge Jiménez Leiva, de 20 años quien conducía un automóvil Ford Festiva, color blanco, placa STL-088 del radiomóvil Universo, lo asaltaron en el barrio “Las Pampitas”. Era el 16 de octubre de 1992. Ahí balearon al conductor y a su acompañante, teniendo heridos a ambos, los acomodaron en el auto, los trasladaron al barrio “Las Cabañas” ahí bajaron al que estaba más grave, el taxista. Ruddy Chávez le dio el tiro de gracia en la cabeza y después dejaron que el otro huyera gravemente herido. El vehículo pretendían venderlo en el Beni, pero fueron interceptados en la tranca de Pailón, donde lo abandonaron y se dieron a la fuga.
La noche del 25 de diciembre de 1992, cuando la Navidad debería haber sido una celebración de paz y unión, este grupo de criminales decidió hacerla suya a sangre fría. Eran las 19:30 horas cuando se subieron a un microbús de la línea 5, con la única intención de conseguir dinero para gastar en esa misma noche. No les importó nada más. Con brutalidad, acabaron con la vida del conductor René Mamani Copa. René, un hombre trabajador, dejó a 9 hijos huérfanos y a su esposa sumida en una tragedia indescriptible.


La esposa, desesperada, se encontraba en ese momento en pleno proceso de lucha, estuvo a punto de ingresar a una huelga de hambre en busca de justicia. Exigía el esclarecimiento del crimen y la indemnización por la pérdida irreparable. En el barrio “Las Pampitas”, la noticia de su muerte caló hondo, pero lo peor estaba por venir.
Estas historias iban mostrando la frialdad con la que los asesinos, conocidos como los “Imperdonables”, ejecutaron sus crímenes. Pero este acto no fue aislado, sino solo una muestra más del comportamiento despiadado que este grupo sembraba por toda la ciudad. La violencia que ejercían no conocía límites, y la comunidad aún temía por la seguridad de sus calles, mientras los “Imperdonables” continuaban sembrando el terror.

Pero el crimen que dejó la huella más profunda fue el abuso y muerte de la menor Guadalupe Ramos Almanza. En su casa, mientras sus padres vendían menudos en el mercado, los miembros de la banda ingresaron con la intención de robar. Al no encontrar dinero, decidieron violar y estrangular a la niña de 13 años, un crimen que aún hoy aterra a la comunidad.
La banda se caracterizaba por su modus operandi, actuando con total impunidad, robando en surtidores de gasolina y asaltando restaurantes. No había límites para ellos, y su lema, “Nosotros no perdonamos a nadie”, los convertía en una de las pandillas más temidas de la ciudad.
La lupa sobre sus fechorías
“Los Imperdonables” no solo dejaron su huella de terror en los crímenes más atroces de la ciudad, sino que su rastro de violencia se extendió como una sombra incontrolable, cruzando las fronteras de barrios y negocios. La muerte del taxista, del conductor del micro, el abuso de la trabajadora del hogar de 13 años y el abuso y muerte de la niña Guadalupe reflejaban que la frialdad de sus actos no tenía límites, y cada hecho solo sumaba más desesperación a una ciudad que temía el nombre de este grupo despiadado. El final del año 1992 y el comienzo de 1993 no estaba adornado por el espíritu típico de la fecha.
25 de diciembre de 1992, cuando acabaron con la vida de René Mamani Copa, no sabían que estaban iniciando una serie de robos que desbordaría cualquier noción de justicia. En su búsqueda por dinero fácil, el 27 de diciembre, a plena luz del día, “Los Imperdonables” atacaron el surtidor de gasolina “Alí”. Allí, con rapidez y violencia, se apoderaron de 2,500 bolivianos, dejando atrás solo el eco de su amenaza.

Días después, el 30 de diciembre, no se conformaron con lo obtenido. Atacaron el surtidor Rivero, donde, además de sustraer 1,000 bolivianos, lograron robarle el fusil a un efectivo de la Octava División. La astucia y la agresividad con la que operaban era desconcertante: sabían cómo moverse sin dejar rastro.
Pero eso no fue todo. “Los Imperdonables” se desplazaron de un lugar a otro, dejando su marca de destrucción en cada rincón. El 2 de enero de 1993, asaltaron el surtidor Santos Dumont, llevándose 4,000 bolivianos. Un par de días después, el 5 de enero, fueron hasta la gasolinera “La Gotera”, donde saquearon 3,000 bolivianos, dejando claro que nada ni nadie los detenía.
El 8 de enero, el grupo se dirigió hacia un surtidor en la Villa Primero de Mayo, donde el botín ascendió a 1,000 dólares americanos, demostrando que sus atracos no solo eran violentos, sino también internacionales en cuanto al dinero que tomaban.

Pero los asaltos no se limitaron solo a gasolineras. “Los Imperdonables” también atacaron negocios locales, demostrando que cualquier establecimiento era un blanco potencial. En el restaurant 6 Hermanos, se apoderaron de 1,000 bolivianos, mientras que en “Tutumaso II” lograron sacar 3,000 bolivianos. En la casa de repuestos Filt Parts, la cifra subió considerablemente: 20,000 bolivianos fueron robados sin que nadie pudiera hacer frente a su violencia.
Los taxistas no estuvieron exentos de su ira. “Nosotros ya perdimos la cuenta de cuántos taxistas hemos asaltado”, confesaban. En su mayoría, se apoderaban de las radios y utilizaban los vehículos para desplazarse rápidamente entre los lugares de sus robos.
La brutalidad no terminó ahí. Su modus operandi incluía asaltar parejas de enamorados a quienes despojaban de sus pertenencias de valor. Para camuflarse, dependiendo de su “estado de ánimo”, usaban capuchas o, en su caso más audaz, actuaban con el rostro descubierto.
No solo mataron, robaron a mano armada sino que la noche de amor de una pareja en cualquier rincón de la ciudad, si ellos aparecían, el amor lo convertían en pesadilla “Mientras un grupo abusaba sexualmente de las mujeres, otros hacían lo propio con nosotros, ante la impotencia que sentíamos porque ellos eran más numerosos”, relataron. No se salvaban ni los hombres ni las mujeres Lo que realmente los definía era su lema: “Nosotros no perdonamos a nadie”. Este lema se convirtió en su sello personal, el que los hizo autodenominarse “Los Imperdonables”, pues no había espacio para la misericordia en su código.

La sorpresa más grande que dejó la caída de los Imperdonables fue descubrir que su cabecilla, Ruddy Chávez Barrientos, tenía solo 18 años. Este joven, cuya vida aún no había comenzado, se convirtió en el líder de una banda que aterrorizó a toda la ciudad. A su corta edad, Ruddy era el cerebro detrás de los crímenes más atroces, sin mostrar ningún tipo de remordimiento.
La banda, aunque compuesta por jóvenes de entre 18 y 24 años, dejó claro que el crimen no tiene edad. Cada uno de ellos, como Ruddy, provenía de familias humildes, sin estudios ni trabajos formales. Pero en lugar de buscar un futuro mejor, eligieron el camino de la violencia y el caos. Los padres de muchas de las víctimas pedían justicia, clamaban por la pena de muerte, mientras la sociedad no podía entender cómo un grupo tan joven podía causar tanto daño.
Los miembros de la banda, como Bergman Guzmán y Bernardo Aguilera, mostraban una vida de excesos, consumiendo sustancias y bebidas alcohólicas, sin importarles el sufrimiento que causaban a las víctimas. El líder de la banda, Ruddy, fue finalmente capturado y condenado, pero su corta edad dejó una profunda reflexión sobre el futuro de los jóvenes en la ciudad.

La historia de los Imperdonables dejó claro un mensaje: el crimen no tiene límites, pero la sociedad debe ser más firme en educar y prevenir que los jóvenes caigan en la violencia. Fueron juzgados por las muertes, por los asaltos, por los abusos, por marcar la vida de muchos hombres y mujeres ya sean hayan sido víctimas directas o siendo familiares o amigos de ellas.
Sin embargo su ingreso a la cárcel sería el trampolín para que el nombre de Rudy Chávez quede aún más incrustado en el mal recuerdo de una sociedad.
Fuente: Diarios de la época y expedientes