Alison tenía solo 21 años. Era joven. Tenía sueños. Y confiaba.

Pero en noviembre de 2023, esa confianza fue traicionada de la manera más cruel. Fue citada por redes sociales, con engaños. Se encontró con dos hombres. Bebieron. Hablaron. Y luego, la pesadilla. Jesús G. R. P., uno de ellos, la violó. Después, la estranguló. La dejó tirada en una calle de Tembladerani, como si su vida no hubiera valido nada.
No estaba sola. Marcelino L. D. estuvo con ellos. No alzó la voz. No la ayudó. Complicidad silenciosa. Por eso también fue condenado.
La justicia, al fin, habló. Jesús pasará 30 años en el penal de Chonchocoro. Marcelino, 15 años en San Pedro. No hay indulto. No hay perdón.
El caso estremeció La Paz. Una joven más. Una vida apagada con brutalidad. Una madre que ya no abrazará a su hija. Un país que sigue sumando nombres. Y que aún no aprende.
¿Cómo llegamos a este punto? ¿En qué momento dejamos de protegerlas?
El feminicidio de Alison no fue un hecho aislado. Es parte de una violencia estructural, cotidiana, que se esconde en los gestos, en las palabras, en las omisiones. Se llama machismo. Y mata.
Alison no volvió a casa. Pero hoy su nombre es bandera. Es grito. Es memoria. Y es justicia.
Que no haya más Alisons.
Que no tengamos que escribir más finales como este.
Porque cada vez que matan a una mujer, algo muere en todos nosotros.