
En San Julián, lo que empezó como una desesperada denuncia por secuestro terminó siendo una tragicomedia que rozó lo absurdo. Un hombre decidió fingir su desaparición un día antes de casarse, desencadenando un operativo policial que movilizó a la Felcc de Cotoca, solo para ser hallado —muy cómodo— escondido en un alojamiento del municipio.
La alarma se encendió cuando la novia recibió un mensaje en el que su futuro esposo afirmaba haber sido raptado. Presa del pánico, acudió a la Policía, que de inmediato activó un despliegue de búsqueda.
Horas más tarde, la verdad salió a la luz: no había ningún secuestro. Solo un hombre intentando escapar, no de criminales, sino de su boda y de una posible orden de aprehensión por incumplimiento de pensiones. Según el testimonio del implicado, su expareja le advirtió que si llegaba al altar, lo denunciaría. Entonces, decidió desaparecerse… a lo película, pero sin final feliz.

El hecho de mal gusto no solo dejó en shock a San Julián, sino que también terminó con una imputación formal por simulación de delito, figura penal que castiga a quienes distorsionan la labor de la justicia con falsas denuncias.
Ahora, el “novio fugitivo” espera su audiencia cautelar. La novia, por su parte, aún no ha dado declaraciones. Tal vez porque, después de todo, no hay palabras suficientes para explicar cómo un matrimonio terminó antes de comenzar… y con uniforme policial de por medio.
Este episodio, entre lo ridículo y lo preocupante, suma otro capítulo a la larga lista de crónicas que demuestran que, en Bolivia, a veces la realidad supera la ficción.