El maestro del horror y sus 10 pequeñas víctimas

Santa Cruz, marzo de 1993.- En un barrio tranquilo, donde la vida giraba en torno a la escuela y las risas de los niños resonaban en las calles, se gestó una tragedia que marcó para siempre a una comunidad. La historia de un hombre que, oculto tras la máscara de un maestro generoso, se convirtió en el lobo que devoró la inocencia de sus alumnos, mientras los padres, sin saberlo, lo alimentaban con su confianza.


Hugo Zapata Barba era el profesor de básquetbol que todo barrio deseaba tener. Trabajaba ad honorem en una escuela del barrio Las Misiones, ganándose la admiración de padres y maestros por su dedicación y compromiso. “Es un ángel para nuestros hijos”, decían, confiando en él de manera absoluta.

Zapata ofrecía “clases especiales” a los niños que demostraban talento en el deporte. “Tiene potencial, pero necesita refuerzo. Yo me encargo, sin costo”, decía, ganándose el respeto y el agradecimiento de los padres. Sin embargo, lo que parecía un acto de generosidad era, en realidad, una estrategia cuidadosamente planeada.

En su casa, donde los niños llegaban con la ilusión de aprender, Zapata mostraba su verdadera naturaleza. Bajo la excusa de enseñar, manipulaba y agredía a sus alumnos, rompiendo su inocencia.

La verdad salió a la luz cuando uno de los niños, incapaz de soportar el peso del silencio, habló con su familia. Esa confesión desató una avalancha de denuncias: diez niños relataron historias similares, todas confirmadas por pruebas forenses. Los padres, en shock, entendieron que habían sido ellos mismos quienes, sin saberlo, entregaron a sus hijos al lobo.

La comunidad, llena de indignación, se agolpó frente a la unidad policial exigiendo justicia. “¡Queremos la pena de muerte para este monstruo!”, gritaban. La presión fue tal que Zapata tuvo que ser trasladado a la cárcel de Palmasola.

Allí, los internos lo recibieron con una violencia proporcional a sus crímenes. Aplicaron lo que llamaron la “Ley del Talión”: lo hicieron víctima del mismo horror que él había infligido a los niños. Su paso por la prisión fue breve pero brutal.

En el juicio, Zapata confesó que su oscuro pasado también estaba marcado por el abuso. Dijo haber sido víctima de un maestro cuando era niño. Pero ni su confesión ni su arrepentimiento lograron aplacar la rabia de las familias ni el dolor de las víctimas. Finalmente, fue condenado a la pena máxima permitida por la ley.

El caso dejó una cicatriz profunda en el barrio. Diez víctimas, diez familias cargan con un peso que jamás podrán olvidar, mientras la comunidad reflexiona sobre cómo alguien puede ocultar tanta oscuridad bajo una fachada de bondad.


Este caso nos recuerda que los depredadores pueden estar más cerca de lo que imaginamos, disfrazados de amigos, mentores y protectores.

 ¿Conocías esta historias? ¿ Sabes que fue de la vida de este profesor? 

¿Cómo podemos garantizar que no volvamos a ser ciegos ante las señales?

¿Qué medidas podemos tomar como padres para proteger a nuestros hijos de personas con intenciones ocultas?

¿Cómo podemos enseñar a los niños a reconocer y denunciar situaciones peligrosas sin miedo?

¿Crees que la justicia que recibió este hombre fue suficiente para el daño que causó?

Fuente : El Mundo y testimonios

Fotos. El Mundo