Vivos a 6.008 metros: la historia que desafió al Acotango

Basado en el testimonio de Sheraldine Languidey Sossa

Fotos de Sheraldine Languidey

“Esa fue la verdadera cima: volver a casa.”

Sheraldine Languidey repite esta frase como quien acaba de sobrevivir a una guerra invisible, de esas que no dejan huellas en el campo de batalla, pero sí cicatrices profundas en el alma. Su voz escrita vibra con gratitud, incredulidad, y esa mezcla de agotamiento y revelación que solo surge después de mirar muy de cerca el borde de la vida.

El Acotango no es solo una cima imponente. Es un estratovolcán que se alza en la frontera entre Bolivia y Chile, dentro del Parque Nacional Sajama, y forma parte del trío de volcanes conocido en aimara como las Quimsa Chata o “Tres Gemelos”. Ubicado entre el departamento de Oruro y la región chilena de Arica y Parinacota, es un gigante dormido que guarda silencio a más de seis mil metros de altura. Fue el escenario de una travesía que comenzó como una aventura de montaña y terminó siendo una lección de resistencia, fe y esperanza.

Un ascenso planeado… hasta que dejó de serlo

El sábado 28 de junio, a la 1 de la madrugada, Sheraldine, tres amigos y un guía experimentado se preparaban para conquistar el Acotango. Muchos lo consideran una montaña accesible dentro del mundo del andinismo, pero como lo vivieron Sheraldine y su grupo, la naturaleza siempre tiene la última palabra.

A las 3:30 am comenzaron el ascenso con todo el equipo necesario para enfrentar las bajas temperaturas. El grupo logró llegar a los 6.008 metros sobre el nivel del mar, y entonces, lo inesperado: una tormenta de nieve, vientos implacables y una visibilidad casi nula. El guía, pese a su experiencia, no logró reencontrar el camino de regreso.

Durante más de 20 horas de angustia y desorientación, la montaña se volvió un laberinto blanco del que parecía no haber salida.

No fue culpa de nadie, todos quisimos estar ahí”, recuerda Sheraldine, consciente de que la naturaleza no admite excusas ni justificaciones.

Con el reloj marcando las 10 de la mañana, la decisión era clara pero angustiante: arriesgarse a caminar desorientados o esperar a que pasara la tormenta, con temperaturas que rozaban los -10 °C y el riesgo latente de hipotermia.

Fe, frío y coraje

La voz interior de Sheraldine se volvió brújula:

Hice (hasta ahora) la oración más honesta de mi vida: le dije a Dios ‘Dame paz para poder sobrellevar este momento y dime por dónde debemos ir, tú tienes promesas que cumplir, no puedo quedarme aquí…’

Aunque admite que su sentido de la orientación suele ser malo, en ese momento supo exactamente hacia dónde debían ir. “De pronto yo sabía a dónde teníamos que ir”, escribe, como si un instinto superior hubiera tomado el timón de su cuerpo agotado.

Comenzaron a descender, racionando agua, comida y energía, resistiendo el embate del frío que ya rozaba los -15 °C. El cansancio era demoledor, pero el deseo de abrazar a sus familias los empujaba hacia adelante.

El llamado, la esperanza y el rescate

Ya entrada la noche lograron mandar una ubicación y hacer una llamada. Mientras tanto, dos amigos que no eran parte del ascenso comenzaron a descifrar las coordenadas enviadas e insistieron con los rescatistas en no detener la búsqueda.

A las 11 de la noche, cuando la alucinación ya rondaba la mente y los músculos amenazaban con rendirse, vieron luces a lo lejos.

Hacemos la señal SOS, nos responden, estamos salvados, vienen por nosotros.

El rescate se concretó a las 2:20 am del domingo. Cinco rescatistas se acercaron entre la nieve, y Sheraldine, al verlos, finalmente se quebró:

Es el primer momento en que me quiebro y yo solo quiero irme a casa.

De ahí en adelante, todo fue un “flashback”: automóviles, rostros, voces que se fundían en el sueño inevitable de un cuerpo despierto por más de 24 horas.

Volver a casa: la cumbre real

Las heridas físicas comenzaron a sanar. Pero la mente, admite Sheraldine, aún está procesando lo vivido. “Tiene que ser un hecho divino y espiritual”, reflexiona, en un intento por comprender cómo todos los elementos se alinearon para que pudieran regresar con vida.

Gracias a mis amigos… somos unos luchadores y sobrevivientes. A quienes no dejaron de buscarnos. A la comunidad por su cariño. A los que estuvieron al pendiente. Y por supuesto, al autor de la vida que nos ha regalado una segunda oportunidad.

La travesía al Acotango terminó siendo mucho más que un ascenso. Fue una expedición al límite humano, al alma misma. Porque en esa cumbre blanca y brutal, Sheraldine y sus compañeros no solo sobrevivieron al clima, sino que descubrieron el verdadero significado de resistir: volver a casa.

Nada de eso importa, lo único que importa es que seguimos vivos, seguimos caminando… y eso nos hizo volver a casa.